Cuando estas páginas vean la luz, yo estaré a punto de cumplir, o habré cumplido setenta años, edad suficiente como para haber pasado las tres etapas del saber:
En la primera, cuando se es joven, piensa uno que lo sabe todo, pero no sabe absolutamente nada.
En la segunda, se da uno cuenta de que, en realidad, sabe muy poco, pero no de que sigue sin saber nada.
Y en la tercera ya se comprende que no se sabe nada de nada, pero, eso sí, con mucho más conocimiento de causa.
Conforme a ello, a pesar de lo peligrosos que pueden llegar a ser, es necesario tomarse con buen humor la infinita cantidad de tonterías que los personajes públicos dejan caer en los medios de comunicación sin preocuparse en absoluto de si tienen algún sentido. Esto es especialmente aplicable a muchos políticos que o tienen muy mala memoria y no se acuerdan de lo anteriormente han dicho sobre un determinado asunto, o la tienen demasiado buena, pero creen que los que no nos acordamos somos los que les hemos oído decirlo, y que sólo piensan en perpetuarse en cumplimiento de la sabia máxima atribuida a Luis XV de Francia “detrás de mí, el Diluvio”, lo cuál es perfectamente congruente con el hecho de que la humana sea la única especie capaz de extinguirse por suicidio.
Por eso escuchar la radio o la televisión es bastante reiterativo y como se trata siempre de justificarse uno mismo cuando ha hecho alguna barrabasada o, por el contrario, de denigrar al adversario, diga lo que diga, con razón o sin ella, no queda mas remedio que tomárselos a beneficio de inventario. Realmente, a estas alturas, lo único que me asombra es concebir como otros personajes parecidos, como muchos prebostes de los sindicatos, son capaces de meterse entre pecho y espalda tan gigantescas cantidades de mariscos sin tener el organismo hecho polvo. Por eso, cuando incluyo alguna poesía referente a ellos, y pongo algunas en este librito, me sale siempre la vena humorística aunque no me lo proponga. De aquí el título, pero como también trato otras materia he decido conservar como subtítulo el que en principio era el original: “De todo un poco”, porque efectivamente incluyo otras materias como cuentos para niños, dedicados el primero a mi hija al cumplir los once años y los restantes a mis sobrinas nietas, historias populares, incluso alguna fábula de Esopo –que compuse después de leer un magnífico soneto de Lope de Vega relativo al tema, pues, salvando las distancias, me sentí capaz de versificar también sobre el asunto- o esas extrañas sensaciones que, sin saber por qué, aparecen de improviso y se van de la misma forma.